Actualmente, la mayoría de los ciudadanos intenta informarse principalmente a través
de las redes sociales y, en el mejor de los casos, busca luego corroborar lo leído
en medios nacionales o locales.
En Argentina, la concentración mediática es
notoria: un conglomerado de empresas satélites del Grupo Clarín domina gran parte
del país. A esto se suma La Derecha Diario, cuyo propietario, Fernando
Cerimedo —ex asesor de Javier Milei—, ya fue acusado de manipular información
tendenciosa durante las elecciones de Brasil en favor de Bolsonaro.
Estos
sectores informativos, identificados con la derecha y la extrema derecha y
reconocidos por su histórico anti-peronismo, suelen tergiversar noticias y difundir
desinformación de forma sistemática.
Esta es la realidad informativa —nacional
e internacional— que condiciona la manera en que los argentinos intentamos conocer
los hechos.
Pensar antes de creer
Informarse dejó de ser un acto pasivo. Ya no alcanza con leer titulares ni con
repetir lo que circula en redes. Es necesario aplicar criterio: contrastar la
información con los hechos concretos y con la historia política reciente.
Mi
mirada se apoya en la experiencia colectiva y en el análisis del accionar de los
distintos sectores de poder. La derecha, en sus múltiples versiones, repite siempre
las mismas recetas económicas, laborales y sociales, con resultados conocidos.
Esa
coherencia histórica —por más negativa que sea— se convierte en una referencia útil
para medir la credibilidad de su discurso mediático.
Dudar es informarse
El primer paso es desconfiar. No de todo, sino de lo que no encaja con la realidad
visible o con los antecedentes históricos.
Si una noticia beneficia a los
poderosos o busca culpar siempre al mismo sector popular, vale la pena detenerse
antes de compartirla.
Mirar la historia, no los titulares
Los hechos se repiten con otros nombres. Lo que hoy se presenta como “ajuste
inevitable” o “reforma necesaria”, ya se intentó antes y tuvo consecuencias
claras.
Recordar esas experiencias evita caer en el truco de las palabras
nuevas para políticas viejas.
Contrastar fuentes, no opiniones
Internet está lleno de voces, pero pocas se basan en hechos. Comparar datos entre medios de distinto signo ideológico, revisar comunicados oficiales y observar lo que realmente ocurre en la calle o en la economía cotidiana, ayuda a encontrar la verdad entre tanto ruido.
No confundir información con contenido
Mucho de lo que circula no informa: entretiene, distrae o polariza.
Un video
viral, un meme o una “noticia urgente” suelen estar diseñados para provocar
reacción, no reflexión.
Informarse implica detenerse, leer completo y, sobre
todo, pensar qué intención hay detrás.
Pensar colectivamente
El pensamiento crítico también se construye en diálogo.
Conversar con otros,
debatir con respeto y nutrirse de distintas miradas populares fortalece la
comprensión.
La verdad no surge de un algoritmo, sino del intercambio, la
experiencia y la memoria colectiva.
Conclusión
Informarse hoy es un acto político.
No se trata solo de saber qué pasa, sino de
entender por qué pasa y quién se beneficia cuando
nos mienten.
El poder económico necesita una sociedad confundida, apática y
desinformada para imponer su modelo. Por eso disfrazan las mentiras de noticias, la
crueldad de eficiencia y la injusticia de libertad.
Pensar antes de creer es una forma de rebelarse.
No contra una noticia, sino
contra un sistema que quiere que dejemos de pensar.
Y cuando un pueblo vuelve a
pensar, cuando empieza a desconfiar de los dueños de la palabra,
ahí empieza a recuperar su voz.