Hay palabras que usamos con tanta frecuencia que pierden su verdadero peso. Lealtad es una de ellas. Se pronuncia con orgullo, se exige, se promete. Pero pocas veces se piensa en lo que realmente implica.
El sistema invierte los valores, premiando la ligereza sobre la sustancia. Un análisis sobre cómo la ignorancia se ha convertido en una estrategia rentable.
Un ensayo sobre la fragilidad de la democracia, la paradoja del verdugo elegido y la búsqueda de pertenencia en un mundo que nos empuja a la marginalidad.
La temática de mis notas suele girar en torno a lo social, lo político y lo actual.
En esta ocasión me detengo en un asunto técnico que ha dejado de ser exclusivo de
especialistas: la inteligencia artificial.
En este nuevo milenio, la batalla más decisiva no se libra en campos de guerra ni en
parlamentos: se libra en los territorios invisibles del lenguaje. El neoliberalismo
no solo administra recursos: también reprograma el diccionario que usamos.
No podemos hablar de IA como si fuera un paso natural. Para muchos argentinos, ese
paso ni siquiera está en el mapa. Hablar de inteligencia artificial en un país donde
miles de escuelas no tienen luz, conexión o calefacción suena casi como una burla.
Primero hay que garantizar lo elemental. La tecnología no llega por arte de magia:
llega sobre cimientos. Y muchos de esos cimientos aún no existen.
¿Alguna vez te detuviste a pensar en esto? Como programador, pasás horas escribiendo
if, while, for, class. Son las primeras palabras que aprendemos, los ladrillos de
nuestro mundo digital. Las escribimos sin preguntar, asumiendo que son una ley
universal de la computación.
A veces me gusta imaginar que las palabras que usamos no son solo herramientas para
comunicarnos, sino pequeños ladrillos con los que vamos construyendo la realidad que
habitamos. Una invitación a mirar de cerca algo que usamos todos los días.
Vivimos en una era en la que todo busca ser categorizado, cuantificado y vendido.
Incluso la literatura. Entre algoritmos de recomendaciones y géneros diseñados para
nichos específicos, pareciera que el acto de contar una historia se ha convertido en
otra mercancía más.